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jueves, 19 de febrero de 2009

Sanando mi relación con el cáñamo


Decidí hacer este mandala hace ya bastante tiempo.
Era un momento en que me desgarraba por dentro enredada en una íntima lucha conmigo misma, relativa a la presencia de los “canutos” en mi entorno inmediato.

Argumentos contrapuestos se agolpaban en mi mente, entre la libertad propia y ajena, entre mi pretensión de respetar y el sentirme transgredida y al propio tiempo falta de razón

Por otro lado mi propio cuerpo se rebelaba, con un rechazo tan aplastante, que me hacía insoportable hasta el rastro del olor en la ropa o en el ambiente, aún cuando no hubiera humo…

Recordé entonces la fuerza y el poder redescubiertos en la creación de mandalas. Me detuve para sentarme a meditar y, entrando en mi silencio interior, me atreví a pedir al Universo la inspiración de un Mandala específico, para ayudarme a sanar en mi interior ese, para mí grave, conflicto.

Deseaba, a través de mi trabajo con este mandala, poder reconciliarme con los canutos y acrecentar en mí la tolerancia y la flexibilidad.
Puesto que había atraído a mi vida a una persona fumadora, que me respetaba y se iba a fumar fuera de casa, me era vital asumir, aceptar y abrazar la situación para evitar el sufrimiento de mi desgarro.
Si en su propósito estaba el seguir fumando toda su vida, el mío es y era la aceptación incondicional, y por tanto eso pedía cada vez que me ponía a trabajar con este mandala.

A tal fin me propuse establecer una sutil conexión con la plantita, como ser vivo que también es, y a través de ella descubrir qué había detrás de la sustancia en sí.
Para ello me hubiese gustado tener delante una planta viva. Pero no me parecía factible.
Una persona amiga me obsequió una pequeña hoja, que aunque seca, al menos estaba entera, aplastada entre las páginas de un libro.
Depositada en mi mano izquierda, la derecha sobre mi corazón y los ojos cerrados, entré en el espacio interior en que mora el revelador silencio. Considerado un espacio sagrado que todos poseemos, bien se le puede llamar el “Maestro Interno”. Permanecí ahí, a la escucha, callada y quieta, durante unos cuantos fecundos instantes, fuera de los límites espacio-temporales, degustando porciones cualesquiera de eternidad, mientras mi alma se abría a una infinita comprensión más allá de lo material.
Quejas, dones y poderes parecían emanar del Espíritu o Conciencia que de algún modo y en algún nivel impregna todo lo que existe y todo lo que ES.

Luego, durante todo el proceso artístico, junto al compás, el papel y las acuarelas, la linda hojita permaneció en mi mesa de trabajo, hasta que el mandala estuvo completo.
Sin usar sustancia alguna, trabajando al aire libre, en ausencia de humos e interferencias, surgían revelaciones que se plasmaban en formas y colores.

En los días que siguieron no se apreciaban cambios notables, internos o externos, tan sólo el pálpito de la fé y la confianza anidando en mi corazón. Y el mandala terminado ahí delante, compartiendo el espacio de nuestra convivencia.

Como con el huevo y la gallina, hoy desconozco qué pudo suceder antes. Cuando me detuve a constatar que mi rechazo había desaparecido, descubrí que, simultáneamente, mi Amor Amado había dejado de fumar.

1 comentario:

  1. Muy interesante tu exposición. Buen trabajo sobre la tolerancia y el amor incondicional. Un beso de Salud

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